No hace falta que juegues. Pero diviértete.
Poco antes de fin de año, enlazamos un artículo en The Washington Post (firmado por Jaclyn Peiser) sobre la edad dorada actual de los juegos de mesa.
Pues a alguien no le gustado, porque odia los juegos de mesa -o más bien, en realidad a sus vivencias con un colega que le hizo sufrir.
En The Sydney Morning Herald: Board games are terrible. Please don’t make me play them (19 enero 2019), por Kishor Napier-Raman.
Algunos extractos de su artículo: Los juegos de mesa son horribles. Por favor no me hagas jugar a ellos.
(...) la pandemia ha pasado par la mayoría de nosotros, pero el extraño fenómeno de acurrucarse en torno a una mesa de comedor para "divertirse" aún no se ha acabado.
(...)
No odio a las personas aficionadas a los juegos de mesa. Algunos de mis mejores amigos se han visto arrastrados por esta moda desde que comenzó en serio en la década de 2010. Dicho esto, debo hacer una petición. Por el amor de dios, nunca me pidas que juegue a un juego de mesa contigo.
Como amigo de muchos empollones, por desgracia estoy familiarizado con el fenómeno de la "noche de juegos de mesa".
Para los no iniciados, suelen ser más o menos así:
Anunciada como una forma sana de romper el hielo con nuevos amigos, o de reencontrarse con los viejos, la sesión suele ser sugerida por el tipo al que se le dan bien los juegos de mesa. Si, como yo, eres relativamente novato, esto son malas noticias: asegúrate de llevar a otro aficionado nuevo para que te haga sentir mejor contigo mismo. (...) El tipo al que se le dan bien los juegos de mesa se pasa cerca de una hora explicando las reglas. Puede que estés matando a una bestia mítica, haciendo sushi o disfrazándote de colonizador en una tierra extranjera. En cualquier caso, la explicación no dura lo suficiente y, cuando empieza la partida, te quedas profundamente confundido por las arcanas tareas que se te exigen.(...) "Sólo tienes que jugar unas cuantas veces y descubrir la estrategia". (...) te das cuenta, demasiado tarde, de que tu supuesta noche de diversión venía con deberes. (...) y el tipo al que se le dan bien los juegos de mesa ya ha ganado.
Después de veladas como ésta, a menudo me pregunto por qué no podemos tirar los juegos de mesa a la basura, conservar el vino y simplemente... hablar. ¿Deben organizarse las reuniones sociales en torno a actividades diseñadas para distraer a niños caprichosos? ¿Realmente los "amigos" no tienen nada que decirse?
(...)
Todo el principio subyacente -que la "diversión" debe estar rígidamente estructurada y reglamentada, que la discusión entre amigos sólo puede desarrollarse de acuerdo con un libro de reglas- no deja espacio para la naturalidad.
Hay una especie de extraña lógica puritana hipercapitalista en todo esto. Incluso nuestro tiempo de ocio social debe implicar tareas competitivas. (...)
En un mundo en el que tantas cosas siguen un guión, (...) quiero que al menos mi vida social tenga algo de libertad y desenfado. Que me patee el culo el tío al que se le dan bien los juegos de mesa (que siempre se toma las cosas demasiado en serio) es cualquier cosa menos eso.
Más preocupante es la forma en que los juegos de mesa, con sus tareas infantiles, sus efectos visuales ridículos y su necesidad compulsiva de "reglas", son otro ejemplo de una cultura que nos anima a seguir siendo bebés gigantes para siempre.
Por razones demasiado complejas e inescrutables para este breve desvarío, la edad adulta se ha visto abrumada por una cultura de infantilización. En algún momento de los últimos años, hombres y mujeres adultos empezaron a sentirse orgullosos de hacer y disfrutar de cosas que antes se consideraban dominio de la infancia.
(...)
Fíjate bien y empezarás a ver la infantilización de la edad adulta por todas partes. Y en ese contexto, el imparable ascenso de los juegos de mesa, que han pasado de ser un pasatiempo extravagante y de nicho que evocaba la inocente nostalgia de la infancia, a una industria multimillonaria y rapaz que esclaviza a adultos; tiene todo el sentido del capitalismo.
No hay que avergonzarse de resistirse a ello. No importa cuántos empollones te acusen de odiar la "diversión".
El periodista Kishor Napier-Raman es especialista en política federal de Australia, pero es evidente que no sabe bien de lo que escribe esta vez.
La también australiana Yasmin Jeffery escribió ahora hace un año otro artículo no muy bien documentado contra la afición a jugar juegos de mesa -¿Qué pasa con el periodismo australiano?
Kishor Napier-Raman basa su diatriba en varios puntos que pueden rebatirse, como haber tenido una mala experiencia personal. Cuando se encuentre un libro malo, es de suponer que dejará de lado toda la literatura. Aun que en su caso la mala experiencia no parece venir del juego en sí, sino de su ¿amigo? que le puso en una encerrona con un juego nada adecuado para el grupo de personas reunidas, y con un carácter competitivo desmesurado aparentemente.
Unir juegos de mesa y competitividad es un error mayúsculo. Ganar es un objetivo de muchos juegos, pero el objetivo no es ganar, jugar es mucho más en compañía de otras personas. Se puede argumentar más profundamente en este punto (y nuestra asociación ha tratado el tema en varias ocasiones a lo largo de los años), pero también bastaría con conocer la enorme cantidad de juegos cooperativos o por equipos, por ejemplo, existentes hoy en día.
Y en esa inmensa variedad lúdica, hay juegos con reglas sencillas y adecuados para cualquier grupo de personas. La elección de juego debe depender de la compañía. Lo importante en el fondo no es el juego en sí, es con quién nos divertimos. Siempre debe haber diversión, entendida de múltiples formas posibles.
El remate de su argumentación es la infantilización que suponen los juegos de mesa a juicio del periodista. .Nos gustaría que profundizase en ese punto y diera razones para ello, pero no lo hace, salvo decir que antes las cosas eran de otra manera. Debe ser el progreso.
Jugar a algún juego de mesa no tiene que gustarle a todo el mundo, ni lo pretendemos. Pero elevar la negación a los juegos absoluta y categóricamente es tan limitante como decir que a alguien no le gusta el cine -nada, ni una película ni serie, ninguna, de ningún tipo, jamás en la vida. O que a alguien no le gusta leer -nada, ni un libro, ni un cómic, ni su tablet, jamás... Se puede vivir así, pero las opciones de ocio cultural y de enriquecimiento personal y grupal se van limitando. Además de tomarse juntas una botella de bebida alcohólica como le gusta al periodista, hay muchas formas de pasar un buen rato entre personas amigas.
El universo de los juegos de mesa actual es mucho más rico y grande de lo que este periodista australiano ni siquiera supone.